Cada gota cuenta: AGR desvela el riego inteligente de De Prado

Índice de contenidos

Introducción

El olivo (Olea europaea L.) es uno de los cultivos más antiguos y emblemáticos de la Cuenca Mediterránea, conocido por su capacidad para adaptarse a entornos semiáridos, tal y como atestiguan las numerosas plantaciones centenarias que existen diseminadas por todo el Mediterráneo.

Aunque es una especie que puede tolerar el estrés hídrico, mejor que muchas otras, el éxito de este cultivo está ligado a un manejo agronómico adecuado, donde la disponibilidad del agua es el factor más importante para que pueda alcanzar su óptimo productivo.

Sin embargo, en la mayoría de las zonas donde se cultiva, las recurrentes sequías provocan periodos de escasez hídrica, donde el suministro de agua para la agricultura se puede ver seriamente comprometido. Es por ello, que una gestión hídrica es fundamental para la sostenibilidad y rentabilidad de este cultivo.

¿Por qué necesitan las plantas agua?

Las plantas obtienen energía a través de la fotosíntesis. En este proceso, la generación de moléculas energéticas se obtiene a través de la captura de dióxido de carbono (CO2) atmosférico y la incidencia de la radiación solar. Para poder obtener el CO2, a través de los estomas, las plantas necesitan agua. Si no hay agua, las estomas estarán cerrados, limitando la capacidad de la planta para obtener energía. A modo de símil, se podría decir que el agua es la moneda de cambio que utilizan los vegetales para obtener energía. Es curioso el dato de que prácticamente la totalidad del agua que consumen los vegetales circula a la atmósfera a través de los estomas, siendo mínima la cantidad de agua que se queda fijada en los nuevos tejidos vegetales.

Por tanto, altas producciones solo pueden lograrse a través una alta interceptación de radiación solar y de una disponibilidad hídrica que permita maximizar los procesos fotosintéticos.

Necesidades hídricas

En De Prado, para planificar los riegos semanales, las necesidades hídricas se calculan a través de la evapotranspiración del cultivo (ETC), entendida como la suma del agua transpirada por los árboles más el agua evaporada desde el suelo, a través de la fórmula 〖 ET〗_C=K_C∙〖ET〗_0. Siendo KC el coeficiente de cultivo y ET0 la evapotranspiración de referencia. La ET0 se obtiene a través de datos meteorológicos, mientras que, los coeficientes de cultivo son propios de la especie, edad, estado de desarrollo, modelo productivo y productividad. En el caso del olivo, los KC varían ligeramente a lo largo del año. Esto hace que la ETC varíe día a día a lo largo del año, siendo algunos de los parámetros más influyentes la temperatura, la humedad y la radiación solar. Valga como ejemplo, en un olivar en seto situado en los alrededores de Córdoba, la ETC diaria de un día de mayo puede estar en torno a los 30 m3/ha, frente a los 45 m3/ha alcanzados en julio o los 25 m3/ha de finales de campaña, en octubre.

Para el cálculo de las necesidades hídricas, para máxima producción, es necesario realizar un balance de agua. En él se tendrá en cuenta la ETC del cultivo, las precipitaciones durante el ciclo y la disponibilidad del agua almacenada en el suelo por las lluvias invernales. La diferencia entre la ETC y la suma de lluvias y el agua disponible en el suelo será el riego necesario para satisfacer la totalidad de la demanda hídrica del cultivo.

Desafortunadamente, en la mayoría de las ocasiones los agricultores cuentan con una disponibilidad hídrica menor a las necesidades de riego de sus cultivos, por lo que tienen que aplicar estrategias de riego deficitario (RD).

Aunque está demostrado que regar por debajo de las necesidades hídricas afecta negativamente a la producción, el objetivo fundamental de las estrategias de riego deficitario es conseguir la máxima producción con la dotación hídrica disponible. Esto se consigue concentrando los déficits hídricos en las fases fenológicas donde la producción sea menos sensible al estrés.

En el caso del olivo, los estudios científicos han identificado tres fases fenológicas diferenciadas por su sensibilidad al estrés hídrico.

Como sensibles están la floración, en primavera, donde el estrés puede afectar negativamente, disminuyendo el número de frutos, y al crecimiento vegetativo, reduciendo las posiciones florales para la siguiente campaña. En gran parte del suroeste Peninsular es improbable sufrir estrés en esta fase debido a las lluvias primaverales y a la disponibilidad de agua almacenada en el suelo. Además, está la fase de acumulación de aceite, en otoño, donde el estrés reduce la tasa de lipogénesis de los frutos. Durante este periodo es fundamental recuperar los árboles, del largo verano, para conseguir la máxima acumulación posible de grasa.

Por contra, está el agostado, en verano, es la fase que transcurre entre el final del endurecimiento de hueso (inicios de julio) y el comienzo de lipogénesis (inicios de septiembre), donde el estrés afecta al tamaño de frutos, pero no ocasiona graves reducciones en la producción de aceite. En esta fase, más tolerante al estrés, está la clave de la optimización del agua. En ella se consigue minimizar el impacto productivo ocasionado por el déficit hídrico. Diferentes estudios y experiencias muestran cómo los frutos arrugados, síntoma de estrés hídrico intenso, vuelven a rehidratarse tras unos pocos días de riego sin que se vea afectada su posterior capacidad de lipogénesis.

A fin de optimizar el agua, el déficit hídrico en esta fase debe ser más intenso cuanto más limitada sea la disponibilidad de agua. Hay que tener en cuenta que no es recomendable superar un umbral de estrés hídrico que pueda provocar daños irreversibles en los frutos. A modo práctico, en la Cuenca del Guadalquivir se pueden llegar a aplicar reducciones entre el 50 y 60% de la ETC sin ocasionar graves perjuicios productivos. Si las dotaciones son muy limitadas, se podría llegar a reducciones de hasta el 80%, aunque ocasionando un impacto considerable en la producción.

Optimización del agua

Como se ha ilustrado, para conseguir la máxima eficiencia en el uso del agua es vital el diseño de estrategias específicas para las condiciones de cada plantación. En De Prado se gestionan fincas de secano, riego de apoyo (250-850 m3/ha) y riego, realizando una caracterización de las plantaciones. “Un traje a medida” que tiene en cuenta a los árboles, el suelo y el clima de cada finca, con el fin de establecer la estrategia de riego más idónea para cada parcela. Esto permite maximizar, en términos productivos, la disponibilidad hídrica, sea cual sea, y de una forma sostenible en el tiempo.

Herramientas digitales

Partiendo de una buena estrategia de riego, es necesario apoyarse en el uso de softwares que permitan planificar y controlar la correcta ejecución de las programaciones de riego. Esto aporta múltiples beneficios, como el de evitar pérdidas de agua, ocasionadas por percolación profunda o evaporación excesiva, o incluso, un control del vigor excesivo, típico de algunas variedades, lo que permitirá ser más eficientes y ahorrar en costes de poda. Este tipo de herramientas digitales advierten al gestor de donde debe poner su atención para que no haya desviaciones sobre el plan establecido semana a semana.

Está claro que la optimización del riego es vital, especialmente en situaciones de escasez, donde se pueden realizar numerosos ajustes en las estrategias de manejo agronómico que permitan ser lo más eficientes posible con el agua disponible. Por ello, para De Prado, todos los riegos han sido previamente razonados, cada gota cuenta.

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